«Silicon Valley sin Steve Jobs» – en diario El Mercurio, Chile – Revista Sábado 15/10

Silicon Valley sin Steve Jobs

El día que murió Steve Jobs la ciudad de San Francisco ya estaba alborotada desde temprano. La Convención anual de tecnología Oracle OpenWorld, una de las más grandes del planeta en esa industria, había convocado a 45 mil personas que desbordaban hoteles, calles y tiendas, y demandaban un imponente operativo de seguridad. Era miércoles 5 de octubre y -unos minutos antes de las cinco de la tarde- Larry Ellison, CEO de Oracle e íntimo amigo de Jobs -quien había sido el fotógrafo de su boda- concluía su discurso de clausura mientras un murmullo lo interrumpía:

«Está en la CNN, te lo juro que lo acabo de ver», «se murió el de Apple», «¿viste que se murió Jobs?». «Y sí, las últimas fotos eran terribles», «ayer lanzaron el iPhone 4S -for Steve-, ya estaban despidiéndolo». En pocos segundos, esos rumores crecieron y ocuparon las pantallas de los teléfonos inteligentes, las tabletas y las computadoras. Ya no se podía hablar de otra cosa.

Sólo a dos cuadras del Moscone Center está el Apple Store de San Francisco. Fanáticos, periodistas que cubrían el evento techie y decenas de curiosos se dirigían a la esquina de Market Street y 4th Street. Mientras llegaban no sabían cómo moverse. Se miraban entre ellos esperando una señal que indicara qué estaba permitido hacer para honrar al hombre que ya es comparado con Edison y Einstein. Los empleados, aún perplejos con la noticia, pedían que no se tomaran fotografías en el interior del local, pero nada pudo detener a quienes -llorosos- quisieron inmortalizar su paso por la tienda el 5 de octubre de 2011.

Alguien llegó con una pizarra, varios tacos de papeles autoadhesivos de colores y algunos marcadores, y escribió el primer mensaje en inglés: «La inspiración eres tú». Luego de él siguieron cientos en inglés, en chino, en español, en árabe. «Yo no tendría mi empresa sin tu inspiración», «El mundo es un lugar mejor por ti», «Mi emprendimiento existe por que tu compañía existe», «Tu creatividad era asombrosa, cambiaste la vida de mi marido». La vidriera de cristal se transformó en un mural multicolor. Sobre el piso empezaron a acumularse velas, flores, manzanas, cartas, peluches y carcazas de iPhones. La televisión norteamericana modificó su programación de inmediato y por los canales de noticias desfilaron los principales ejecutivos de la compañía y del mundo tecnológico.

Esa misma noche, a pocos kilómetros del centro de San Francisco, en Treasure Island, Sting y Tom Petty brindaron un recital exclusivo para los asistentes a la convención tecnológica. Se leyó un discurso que resaltaba lo que Jobs había aportado a la industria y ambos músicos dedicaron una canción en su memoria. La multitud de 45.000 geeks guardó un silencio absoluto que concluyó en un aplauso angustiado. «Estábamos tan preparados para esto y sin embargo estamos muy tristes. No se me ocurre cuántos hombres como Jobs voy a conocer en mi vida, amo la tecnología en gran parte por lo que él hizo de ella», dijo uno de los ingenieros asistentes al show.

Rezos, llantos, manzanas

El jueves 6 de octubre, en Cupertino, California, la matriz que Jobs eligió para criar Apple, el dolor era aún más agudo. En esa zona, conocida como Silicon Valley, la gente lloraba, se arrodillaba y rezaba debajo de una llovizna persistente. Al pie de las ofrendas, que se habían colocado frente a uno de los edificios, Laura Christofferson, de 49 años, abrazada a su hijo Troy, de 18.

– «Mi marido trabaja aquí en Apple hace seis meses. Lo llamamos y contestó que estaban trabajando más duro que nunca, que eso es lo que hubiera querido Steve», dijo.

Los fanáticos fueron aún más lejos que en San Francisco y entre las ofrendas dejaron sus iPhones, iPods y hasta una tableta iPad. Cupertino, acostumbrada a otro tipo de pulso, se transformó en un territorio intenso.

Cupertino es una ciudad de 55.000 personas a unos 65 kilómetros de San Francisco. Allí conviven grandes parques junto a laboratorios donde se piensan los dispositivos tecnológicos del futuro. Todo se ensambla con una particular armonía. Fue en 1976 cuando se estableció el primer edificio de Apple. Y, desde entonces, el pueblo creció de tal manera -autopistas, instalaciones públicas, comercios- que hoy es difícil conseguir casa. Las montañas, el aroma a sauces, una temperatura que oscila entre los 13 y los 29 grados todo el año y una arquitectura baja y altamente residencial la hacen, junto a Palo Alto, uno de los vecindarios más buscados de todo el valle.

«Cuando uno entra a un negocio y cuenta que es empleado de Apple, la gente lo felicita. Está visto como un privilegio aquí pertenecer a esa compañía», contó un taxista hindú.

Una buena parte de las personas reunidas en la puerta del Apple Store de la casa matriz era de origen asiático. Más del 80 por ciento de los habitantes de la ciudad son hindúes o chinos que buscan quedarse en Silicon Valley por la alta calidad educativa de los colegios y universidades, lo que muchos aseguran es gracias a Steve Jobs. Yoga Lakshm Senth, de 32 años, es hindú y llegó al Apple Store con su madre, abuela y dos hijos. Las tres mujeres tenían un velo y un círculo rojo pintado entre las cejas.

«Vinimos a rezar por su alma, mi hija de siete años usa un iPad y se entretiene con todo lo que ve allí», dijo Yoga. Luego, a las cinco de la tarde en punto, decenas de empleados comenzaron a aparecer de los edificios de la compañía. Todos llevaban un dispositivo Apple en la mano y formaban prolijas filas hacia los autobuses que los llevan a sus hogares. ¿Cómo había sido ese último día en la oficina?

«No dejamos de trabajar, pero por supuesto lo comentamos con los miembros de mi equipo. Es una noticia muy triste, él significa mucho para los que trabajamos aquí», dijo Megaullie, de 26 años, un ingeniero hindú que trabaja en Cupertino hace un año y medio. En el medio de todo eso, el Apple Store siguió sus ventas y hasta las incrementó debido a la afluencia de gente que se había acercado a despedir a Jobs.

Frente a la sede de Apple un joven baja de un taxi y corre la cuadra que lo separa del Apple Store. Está desorientado y emocionado. Christopher Kalanderopoulos, 23 años, es un estudiante de márketing canadiense que en el momento que supo de la noticia voló desde Toronto. «Esto es una mierda. Yo sé que muchos no lo pueden entender, pero tenía la necesidad de estar acá. Esto es lo más cerca que voy a estar de este ícono de la innovación, Jobs le dio humanidad a la tecnología, por eso decidí inmortalizar lo que su legado simboliza y voy a tatuarme su firma en la nuca, soy un nerd orgulloso a causa de él», dijo el joven que tiene cuatro tipos de iPods, tres teléfonos iPhone, una Apple TV, tres Mac Books y dos tabletas iPads. Luego se arrodilló frente a las ofrendas florales.

Entre los cientos que esa tarde se habían acercado a Apple, estaban Rachel y Josef Friedman, una pareja israelí que se había conocido estudiando en los Estados Unidos en los 70. Josef había trabajado 16 años en Apple. Desde su puesto de director de ingeniería de la división de computadoras de escritorio, tuvo responsabilidades en el diseño de CPU y monitores, como el iMac y el G3. Y compartió un largo tiempo junto a Jobs, lo que supone -entre tantas cosas- varias anécdotas. Recordó esta: en 1997 Apple estaba en serios problemas financieros. La compañía tenía dinero para sólo dos meses más de salarios. Jobs, entonces, reunió a los directivos y los llevó a un retiro dos días fuera de la ciudad. Todos esperaban un discurso alentador, pero la primera frase que soltó Jobs fue:

-Por favor, abandonen la compañía. Ya están todos gordos, tontos y felices, no puedo seguir innovando con ustedes. Tomen la opción del retiro y váyanse.

Esa tarde, Friedman entró en shock. Tanto él como sus compañeros trabajaban con mucha pasión para Apple y se habían sentido heridos por Jobs: un hombre duro cuando se trataba de establecer estrategias para la compañía.

«Hoy lo miro en perspectiva y él tenía razón -dijo Friedman-. La mayoría escuchamos su pedido y yo me retiré en 1998. Para Jobs no había puntos grises. En las reuniones era siempre igual. Llegaba sin papel ni lapicera, observaba, escuchaba con atención y decía lo que él pensaba. Si opinabas distinto y no tenías un argumento fuerte, él simplemente se levantaba y se iba».

Según Friedman, los aportes de Jobs en las reuniones de trabajo eran tan disruptivos que enojaban y confundían a los ejecutivos, pero la experiencia siempre les mostraba que él estaba en lo correcto, sólo que faltaban años para entender el porqué de muchas de sus decisiones. Un día, por ejemplo, Jobs vio preocupado a Friedman por el diseño de un desarrollo y le dijo lo siguiente:

-La gente pasa el 20 por ciento del tiempo haciendo cosas y el 80 por ciento no haciéndolas y preocupándose de ellas. Qué te importa lo que digan los demás, sigue adelante si estás convencido.

Luego, Friedman recordó una discusión que había tenido con Jobs y que -sin saberlo entonces- estaba plantando las bases de un hito de la computación: el paso del disquete al CD. Jobs, cuenta Friedman, se acercó con este pedido:

-Josef ya no van más las disqueteras en las iMac, el próximo paso es el CD, armen los diseños de hardware para el CD.

-Pero en el mercado ya hay más de un millón de equipos con disketteras -argumentó Friedman-, los clientes se sentirán molestos. Además el diskette funciona bien.

-Josef -replicó Jobs-: si nosotros no introducimos el cambio, el cambio no va a ocurrir y el CD es el siguiente nivel al que ya hay que pasar.

«Luego de ese diálogo -recordó Friedman- me aboqué de inmediato al diseño del compartimiento del CD».

Mientras Friedman terminaba su historia, en la radio se escuchaba la voz de una mujer llorando. Ella contaba que sufría un cáncer de páncreas para el que no se encontraba el tratamiento indicado, y que le había escrito a Jobs sólo para probar suerte.

-Busqué su email en la web y le conté mi problema -dijo la voz en la radio-. A los 15 minutos de haber enviado el mensaje Jobs respondió. Puso en copia a su médico, todos los datos para contactarlo y un pedido especial para que me atendiera.

Cuando Josef Friedman escuchó ese testimonio, miró la radio y quedó detenido en algún lado, quizás en el recuerdo. O quizás en la incógnita. Porque Jobs, que ayudó a esa mujer, no pudo -sin embargo- ayudarse a sí mismo.

Deja un comentario

Archivado bajo Uncategorized

Deja un comentario